miércoles, 1 de febrero de 2012

El reino de McCartney


No he visto la coreografía de este ballet, de modo que puedo ser injusto. De todas formas, el estreno fue un fiasco, y la versión publicada en disco tiene la estructura de una sinfonía, con sus cuatro movimientos preceptivos, de modo que puedo ser injusto pero no tanto.

Si de lo que se trataba era de recrear un escenario subacuático, el disco está lejos de lograrlo. Debussy lo hacía mejor. Si hablamos de melodía, no hay duda de que McCartney es una de las mentes más creativas del siglo. Si hablamos de sinfonía (donde la melodía solo es válida en función de la orquestación y las variaciones), me parece que lo que acabo de escuchar es una sinfonía frustrada. El tema de cada movimiento suele ser atractivo y pegadizo, pero se repite hasta la saciedad sin apenas variaciones y con una orquestación que solo llama la atención en los dos últimos movimientos. El primero es lento y profundo, con dominio de las cuerdas, al estilo de Barber y de los adagios de Mahler; el segundo recuerda a las sinfonías de Borodin o de sus coetáneos rusos; del tercero no me acuerdo; el último, con su ingenua alegría y sus cascabeles, dicen que recuerda a Bernstein. También he leído que asoman influencias de Ravel, Prokofiev y Chaikovsky, pero yo no he sabido verlas. Lo que sí he percibido, en algunos pasajes, es una cierta técnica minimalista, que siempre es resultona cuando uno quiere añadirle intensidad y premura a la composición.

A pesar de lo que he escrito, me ha gustado. Por desgracia, si la escuchara una segunda vez me moriría de aburrimiento, y ese es un lujo que una buena obra sinfónica no puede permitirse.

Ya no me quedan dudas: por mucho que lo intente, el reino de McCartney es el pop, y ese reino fue abolido hace 42 años.

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