martes, 31 de enero de 2012
Un disco de Morton Feldman
Que no se diga que no lo intento. Es la primera vez que escucho algo de este compositor, pero sigo sin comprender la música moderna.
Está claro que a Feldman no le interesan las melodías: prefiere recrearse en las texturas, en los timbres, en el sonido aislado de cada instrumento. Los conciertos que acabo de escuchar (para oboe y para piano) recuerdan a un niño tímido que se acerca al piano prohibido y toca una nota, comprueba que nadie lo ha descubierto, toca dos, deja pasar un silencio... Combinación exacta de sonidos aislados y silencios. Blanco y negro. El piano, en su concierto, no es protagonista: cae alguna que otra nota cada minuto, cada minuto y medio, como para acallar a la orquesta con gravedad y calma. El oboe, en el concierto correspondiente, no parece oboe, sino un cuchillo afilado que taja lentamente, y después un punzón que perfora sin prisas. En conjunto, es una música estática, que no avanza hacia lugar alguno, que no llega, que dosifica sus pocos elementos, que se reduce a lo mínimo, que parece siempre igual a sí misma, que siempre es serena, inquietante y algo monótona.
Sensaciones asociadas: un lienzo en blanco donde las gotas van cayendo sin prisa, lentamente, con sutileza; donde importan los colores y el tacto de cada mancha, no el cuadro; donde importa más el lienzo en blanco que las propias manchas. Un campo de batalla solitario, entre la niebla. Una serenidad sin conciencia. Negro, gris, blanco. Una superficie suave pero desagradable, como el lomo de un cocodrilo. Un mundo sin Dios, abandonado, casi vacío, en germinación inútil. Algo estéril, deshabitado. Una casa vacía con fantasmas. Terror plácido.
En la grabación hay ruido de fondo y se escucha a los músicos moverse: ese trasfondo refuerza la idea de una música para espectros que no terminan de manifestarse, que solo asoman un dedo o la cabeza.
lunes, 30 de enero de 2012
Hallstatt
Cementerio católico de HALLSTATT, Austria.
El poeta Paul Valéry soñó con un Cementerio marino en uno de los mejores poemas del siglo XX. Este no lo es, pero casi: está a orillas de un lago. Sus lápidas no son de piedra, como dice el nombre, sino de madera. A sus pies crece la hierba, y hay flores de colores. Es un lugar recoleto e íntimo. Silencio y rumor de hojas. El lago trae una brisa fresca y húmeda. Sin duda, uno de los cementerios más hermosos que he pisado.
Junto al camposanto, uno de los osarios más interesantes del mundo. El rito es sencillo: cuando han pasado 20 o 30 años tras el entierro, se exhuman los restos del difundo, los familiares limpian y blanquean los huesos, estampan el nombre y las fechas de nacimiento y muerte sobre el cráneo y añaden bonitos ornamentos de colores, con dibujos de flores, hiedras u hojas de roble. Resultado: 1500 cráneos de los hallstattienses que han vivido en este pueblo idílico desde el siglo XVI.
Lo que para algunos es macabro o extravagante, para otros constituye una muestra de respeto y una manera esperanzada y original de decir que tras la vida aún existe una posibilidad para la belleza.
domingo, 29 de enero de 2012
Hasta aquí
Esta la leí hace unos años y me hizo mucha gracia:
En castellano: "Hasta llegar aquí, todo fue bien". Imagino que después lo taparían con un mármol más serio.
En castellano: "Hasta llegar aquí, todo fue bien". Imagino que después lo taparían con un mármol más serio.
Tu fui, ego eris
En la red hay muchas lápidas chistosas, la mayoría falsas. Esta parece auténtica:
Los versos, un poco ripiosos, son la traducción de una conocida sentencia latina.
Los versos, un poco ripiosos, son la traducción de una conocida sentencia latina.
Una tumba faraónica: Napoleón
Napoleón, bajo la Gran Cúpula de Les invalides de París. Contiene seis ataúdes, uno dentro del otro: de hierro, de caoba, de plomo (dos veces), de ébano y de encina. El sarcófago que los contiene a todos es de pórfido rojo. Como los faraones.
Franz von Suppé

FRANZ VON SUPPÉ, en el Cementerio Central de Viena.
Compositor de operetas, ballets y vodeviles. Principales obras: Caballería ligera, Mañana, tarde y noche en Viena, Poeta y campesino.
Nació como Francesco Suppé-Demelli, pasó su juventud en Croacia, se trasladó a Viena y germanizó su nombre. Sé que conoció el éxito y murió cuando tenía 76 años, pero ignoro las circunstancias de su muerte. Por ello, copio la necrológica que publicó el New York Times el 9 de mayo de 1895:
Su música ha pasado de moda, pero algunas chispas siguen brillando. Por ejemplo, en los dibujos animados, que son el medio más eficaz para que un niño siga recordando ciertas melodías cuando se convierta en un hombre.
Este corto de Bugs Bunny, además de utilizar la pieza Mañana, tarde y noche en Viena de Suppé, es una divertidísima parodia de un concierto de música clásica, con sus toses, su director quisquilloso, sus manías y sus aspavientos:
Franz Schubert

FRANZ SCHUBERT, en el Cementerio Central de Viena.
Murió cuando solo tenía 31 años, pero dejó uno de los legados más admirables de la historia de la música: entre otras obras, más de 600 lieder, 7 obras de cámara, 9 oberturas y 12 sinfonías. Nació tocado por la música.
1822. Schubert transcribe, con todos los detalles y con buena letra, los dos primeros movimientos de la sinfonía que hoy llamamos Inconclusa. El tercer movimiento se conserva en parte orquestado y en parte en versión para piano: es, por lo tanto, un mero esbozo. Falta el último movimiento, que quizás sea el entreacto de Rosamunda. El compositor le entrega la partitura a su amigo Anselm Hüttenbrenner. Schubert muere. El amigo la guarda en un cajón durante 37 años. Cuando se da cuenta de que su final está próximo, la hace pública. Hoy, sigue siendo una de las obras más emocionantes y enigmáticas del repertorio sinfónico. Varias preguntas siguen sin respuesta: ¿por qué Schubert no la terminó en los seis años de vida que le quedaban? ¿Por qué su amigo la guardó primero y la sacó a la luz casi cuarenta años después?
1828. Schubert, que había portado una antorcha durante el funeral de Beethoven, muere en la cama. La sífilis, cuyos efectos había empezado a percibir cuando componía la Inconclusa, es la culpable. Sus últimas palabras, mientras volvía la cabeza hacia la pared: "Aquí, aquí llega mi final". Después creyó que estaba muerto sin estarlo, y preguntó a su hermano: "¿Estoy enterrado junto a Beethoven?". Murió de verdad. Murió dos veces. El hermano creyó que la duda era un ruego, e hizo lo imposible por darle sepultura junto a su ídolo, en el cementerio vienés de Währinger.
1888. El viejo cementerio es clausurado, y los restos de Schubert y Beethoven son trasladados al Central, donde siguen a escasos metros el uno del otro. Schubert así lo quería, y parece que a Beethoven la compañía no le hubiera desagradado.
A pesar del décalage entre las fechas de composición y muerte, la Inconclusa sigue siendo el símbolo de Schubert: la vida y la obra frustradas, el truncamiento, la interrupción prematura, la promesa de otras obras maestras que no pudieron ser.
Cuando moría un joven con talento, los antiguos solían echarle en cara a la muerte que se llevara a los mejores en la flor de la vida y dejara envejecer a los mediocres e inútiles. A veces, esos mismos antiguos daban con la respuesta: imaginaban que la muerte es una amante celosa que tiene prisa en completar su cortejo de genios.
sábado, 28 de enero de 2012
Josef Strauss

JOSEF STRAUSS, también en el Cementerio Central de Viena.
Compositor. Obra: valses varios.
El hijo de Johann, creador del vals vienés, no quería ser músico, sino ingeniero. Pero su hermano Johann, superado por el éxito de su orquesta, cayó enfermo varias veces, y Josef tuvo que sustituirle. Aquel dijo de este: "Josef es el mejor dotado para la música de los dos; yo, simplemente, soy el más popular". Las composiciones de Josef son románticas y ligeramente melancólicas.
1870. En Varsovia, durante un concierto, Josef cae desplomado desde el podio. Muere en Viena un mes más tarde. Tenía 42 años. Fue enterrado en el cementerio de Saint Marxer, y en 1905 fue trasladado a esta especie de olimpo o parnaso musical, donde reposa con los suyos.
Johann Strauss, padre

JOHANN STRAUSS, PADRE, en el Cementerio Central de Viena (hasta 1904, en el cementerio Doblinger de la misma ciudad).
Compositor. Principales obras: vals vienés, Marcha Radetzky.
En la actualidad, la Nochevieja del Musikverein de Viena es coto de aristócratas, políticos, artistas y personajes pudientes. El vals vienés, sin embargo, no siempre fue un caramelo palaciego.
Strauss se hizo a sí mismo. Su madre murió cuando él tenía 7 años, y su padre (que era posadero) pereció ahogado cinco años después. Strauss aprendió el arte de la encuadernación, pero pronto sintió que la música era su auténtica pasión. El resto es historia bien conocida: trabajó en la orquestilla de Lanner, creó la suya y compitió con su antiguo mentor, dio giras por pueblos, aldeas y ciudades, transformó la música popular de Austria en lo que hoy llamamos vals vienés, alcanzó a pisar los palacios, fue uno de los primeros en cobrar por la entrada a sus conciertos y bautizó sus valses con nombres propios para mejor vender sus partituras. Strauss, el padre, no solo inventó el vals vienés: también creó su mercadotecnia y su prestigio, que aún duran.
Falleció en 1849. Uno de sus hijos bastardos le había contagiado la escarlatina, como si su muerte fuese la expiación de sus pecados. Otro hijo, el Johann legítimo, llevaba años haciéndole sombra con su propia orquesta, como si el destino hubiera querido que el hombre que pisó a Lanner fuera pisado por su propio vástago.
A veces, los hombres tienen gestos de generosidad cuando les llega la hora última. Lanner, su rival, había muerto en 1843. Strauss, el padre, pidió ser enterrado junto a él, no para seguir haciéndole sombra más allá de la vida, sino (así hay que creerlo) para tener a alguien con quien recordar los viejos tiempos durante los largos domingos de la muerte.
Cementerio Central de Viena
Era verano, hacía sol y daba gusto pasearse por el Cementerio Central de Viena. En este y en el de Père Lachaise de París se encuentra la mayor concentración mundial de músicos. En el vienés, casi todos están agrupados en un anfiteatro de honor. La foto que le eché al panel de la entrada puede dar una idea de lo que va uno a encontrar:

No se ve muy bien, pero está ampliado AQUÍ.
Más nombres ilustres del mismo cementerio, AQUÍ.
Es, como digo, muy agradable y cómodo, pero pienso que tienen más encanto los cementerios en los que uno tiene que hacer de explorador y buscar las tumbas desperdigadas.
La Milagrosa

LA MILAGROSA, en el Cementerio Colón de La Habana.
Lo malo de este cementerio es que apenas hay árboles: en agosto, algunos turistas preferían alquilar un taxi y recorrerlo sin sufrir el sol infernal que caía a plomo. Pero claro: si no es a pie, no tiene encanto.
Esta es la tumba más popular del cementerio.
La leyenda: Dicen los que saben que Amelia Goyri, rica aristócrata, se enamoró de un chico pobre contra la voluntad de sus rancios padres. Se casaron, quedó en estado y murió cuando daba a luz, el 3 de mayo de 1901. Tenía 24 años. Fue enterrada junto a su hija, que también falleció en el parto. Su esposo perdió la razón y, durante años, acudió a visitarla todos los días para hablar con ella y pedirle en voz alta que despertara. "¿Cómo te encuentras hoy, Amelia?", "Despierta, Amelia", eran algunas de las frases que le dirigía. Siempre vestía de negro. Antes de despedirse, golpeaba las cuatro argollas de las lápidas. Luego se retiraba tranquilamente, caminando hacia atrás para no darle nunca la espalda a su amada y a su bebé, y regresaba esa misma tarde o, a lo sumo, al día siguiente. Años después, abrieron la tumba y descubrieron que la madre estaba abrazada a la hija.
La tumba se hace famosa. Se le atribuyen nuevos milagros. El viudo exige que se detenga aquel flujo de visitantes que perturba la paz de su esposa. No le hacen caso.
En 1909 se añadió la escultura, que celebra la maternidad (el bebé) y el sacrificio (la cruz). La mujer de mármol está inspirada en fotografías de la difunta. Alrededor del sepulcro, docenas de exvotos.
Rito a seguir: tocar las cuatro argollas, rodear la tumba, solicitar el milagro y alejarse de ella sin darle la espalda.
Siempre hay flores, habaneros y turistas.

Cementerio judío de Varsovia

CEMENTERIO JUDÍO, Varsovia, Polonia.
Tiene el encanto de los cementerios abandonados. Efecto contraste: la dejación, el silencio y el olvido emergen en pleno centro de una urbe bulliciosa, como un paréntesis o un agujero. Solo las tumbas de la entrada (donde se concentran las comitivas de turistas israelíes) están algo adecentadas. Pero si uno se adentra hasta el corazón del recinto, donde es muy fácil desorientarse, empezará a perder los caminos, tendrá que apartar la maleza con las manos y sorteará a cada rato lápidas caídas, troncos tumbados y panteones derruidos.
Antes de la Segunda Guerra Mundial, los judíos formaban el 30% de la población de Varsovia. En total, 350.000 personas. Hoy solo queda este cementerio en ruinas que no tiene a nadie que lo visite.
Fragmento del muro del ghetto, memorial a los pies, dentro del cementerio:

(Las fotos vuelven a ser mías.)
Cementerio judío de Breslavia

La historia se repite en todas las ciudades de Polonia. En verdad, en todas las ciudades de Europa.
CEMENTERIO JUDÍO de Breslavia (Wroclaw), Polonia.
No tiene las proporciones enormes de su equivalente en Varsovia, pero sigue siendo impresionante. Su belleza es la de un templo milenario abandonado en una selva de Oriente, con sus mosquitos, sus gatos y su silencio. Nadie lo visita, pero ahí sigue, combatido y derrotado por el tiempo. Estas lápidas caídas y estas ruinas comidas por el verdín dan fe de que en Breslavia hubo 15.000 judíos hasta hace no muchos años.
Como en el caso anterior, tampoco aquí queda nadie que las visite. Muy de tarde en tarde, y si hay suerte, algún turista ocioso como nosotros husmea entre los escombros e intenta descifrar unas letras que ya empiezan a borrarse.
El gato y el tiempo

Un capricho.
En el cementerio judío de Wroclaw me llamó la atención ese gato que está sentado sobre una tumba.
He tenido varios animales de compañía, pero nunca gatos, quizás porque desconfío de ellos. El arte y la literatura los han asociado con la brujería, con el mal, con el misterio. Poe lo empleó para inquietar a sus lectores; Lovecraft los paseó por sus relatos de terror; los antiguos observaron que hay algo divino en él. A mí me gusta lo que escribió Neruda en su Oda al gato: "...no puedo descifrar un gato. / Mi razón resbaló en su indiferencia, / sus ojos tienen números de oro". También me gusta aquel poema de Baudelaire donde dice: "amigos de la ciencia y del placer amable, / van buscando el silencio de penumbra sombría". Pero me gusta, sobre todo, aquello que escribió Borges:
Tu lomo condesciende a la morosacaricia de mi mano. Has admitido,desde esa eternidad que ya es olvido,el amor de la mano recelosa.En otro tiempo estás. Eres el dueñode un ámbito cerrado como un sueño.
El gato, que vive fuera del tiempo y nos observa con indiferencia, es ahora el símbolo, el guardián y el dueño de este cementerio detenido y olvidado.
jueves, 26 de enero de 2012
Pau Casals

En un cuento de Kafka, un hombre intenta todos los días visitar el pueblo de al lado, pero siempre le surgen obstáculos. Muere sin conseguirlo. Eso me pasa a mí: he aquí otro vecino a quien no he visto.
PAU CASALS, en el cementerio del Vendrell, honrado con una vistosa ofrenda floral.
Cuando tenía 9 años, asistió al circo y vio un violonchelo. Desde entonces, se enamoró de aquel instrumento noble, grave, sutil, capaz de emocionar como pocos pueden hacerlo. Peret 'el barber' (Perico 'el barbero'), su vecino, le construyó uno con una calabaza. El pequeño Pau no podía saber que, gracias a los payasos y a las artes del barbero, estaba germinando uno de los mayores violonchelistas de la historia.
Creció. Se hizo amigo de los mejores músicos de su época, dio conciertos en todo el mundo, fundó la orquesta que lleva su nombre, se exilió a Francia y Puerto Rico, compuso el himno de las Naciones Unidas, tocó ante Kennedy en la Casa Blanca y (lo más importante) dio nueva vida a las Suites de Bach, hasta entonces olvidadas y desde entonces imprescindibles.
1973. Fallece en Puerto Rico de un ataque al corazón. Dicho con palabras más poéticas: muere de viejo. Tiene 97 años.
1976. Vuelve la democracia a España, que él no alcanzó a ver. Sus restos son trasladados al cementerio del Vendrell, donde nació.
Hace muchos años, los nazis amenazaron con quemarle las manos; no sé cómo fue enterrado, pero no cuesta nada imaginarlo bajo la tierra de sus padres, las manos íntegras, un chelo de calabaza entre ellas, la memoria ocupada por payasos de circo, en un sueño sin tiempo donde el anciano se confunde de nuevo con el niño.
Enrico Caruso

ENRICO CARUSO, en el cementerio Del Pianto, Nápoles.
Durante sus últimos meses tuvo que convivir con una dolorosa enfermedad. Quizá la responsable última fuera una columna de un decorado escénico, que le cayó sobre el pecho. Sea como fuere, desarrolló una pleuresía purulenta, que lo obligó a interrumpir conciertos y lo mantuvo en la cama aullando de dolor. De nada sirvió que lo operasen siete veces: en 1921, mientras se bañaba en su habitación del hotel Vittoria de Nápoles, acabó su tormento. Desde entonces, la suite se ha conservado intacta:

Caruso vivió con intensidad, se casó varias veces, cortejó a muchachitas jóvenes, cantó, bebió y rió. Pero también sufrió mucho, como si una ley compensatoria rigiera nuestros destinos. Hoy, su voz nos llega desde muy lejos, como si surgiera de la noche de los tiempos y en ella la potencia y la dulzura se vistieran de un aura espectral, no exenta de encanto.
Durante ocho años, los napolitanos pudieron ver su cuerpo embalsamado, inmóvil detrás de una vitrina.
Durante ocho años, los napolitanos pudieron ver su cuerpo embalsamado, inmóvil detrás de una vitrina.
martes, 24 de enero de 2012
Karl Böhm

Parece mentira, pero ningún melómano lo ha fotografiado. Paciencia y barajar.
KARL BÖHM, en el cementerio de Steinfeld, Graz, Austria.
Director de orquesta. Especialidades: Mozart, Strauss, Wagner.
No hay duda de que fue uno de los mayores directores del pasado siglo. Las óperas de Strauss (del que era amigo) son patrimonio suyo. Nos dejó, además, grabaciones espléndidas del Anillo de Wagner. De todas las oberturas que he escuchado del Tristán, la suya es la que prefiero.
Los biógrafos suelen suavizarlo, pero no hay que llamarse a engaño: Böhm admiró la utopía nazi, saludó con fervor el ascenso de Hitler y creyó que con él el mundo sería mejor. Escogió el bando equivocado. La grandeza de sus trabajos posteriores (en Bayreuth, en Viena, en Salzburgo, en Nueva York) invitan a disociar al hombre político y al músico; a olvidar, en fin, aquello que no debería preocupar a un melómano.
Böhm murió en Salzburgo, durante el Festival, en 1981. Tenía 86 años. Preparaba los ensayos de Elektra, esa ópera oscura y llena de horrores donde la esposa mata al marido y el hijo asesina a la madre. No sé qué hubiera opinado Ancerl.
Anton Bruckner

ANTON BRUCKNER, Iglesia de San Florián, Linz, Austria.
Conviene fijarse bien en la fotografía, porque hubiera hecho las delicias de un escritor de relatos góticos: el divino y enjuto Bruckner, el músico de Dios, descansa en una cripta, bajo el Gran Órgano, rodeado de cientos de calaveras que lo vigilan desde sus cuencas vacías. Al parecer de algunos, puro catolicismo monástico, casi cartujano; al parecer de otros, puro mal gusto.
Este compositor, fervoroso de Wagner y autor de sinfonías y misas, desarrolló un estilo propio. Edificó algo en apariencia imposible: levantó catedrales de viento, columnas de sonido, esculturas verticales de aire. Tuvo fama de patán y de hombre mediocre y pusilánime. Dicen que Mahler dijo: "Bruckner fue mitad dios, mitad idiota".
La muerte de Bruckner (o, mejor, el nombre de su muerte) está entre mis favoritas. Estamos acostumbrados a que los modernos se mueran de insuficiencias, de paros, de colapsos, de cánceres. Bruckner murió de viejo, como morían nuestros abuelos, como siempre ha muerto un hombre de 72 años.
Sucedió en 1896. Trabajó hasta sus últimos días. Según algunos, sucumbió a la maldición de la Novena.
lunes, 23 de enero de 2012
Benjamin Britten

BENJAMIN BRITTEN, cementerio de San Pedro y San Pablo, Aldeburgh, Reino Unido.
No es un secreto que Britten era homosexual, como tampoco lo es que su gran amor fue el tenor Peter Pears. De ahí las dos lápidas, bajo las cuales reposan ambos.
Britten fue uno de los grandes compositores del siglo XX. Principales obras: Réquiem de guerra, Peter Grimes, La vuelta de tuerca.
En 1976 falleció de una insuficiencia cardiaca en Aldeburgh, de donde era barón y donde está enterrado.
Las coincidencias son curiosas: Britten padecía el mismo mal que acabó con Mahler; Britten quiso abandonar su última gran ópera, pero Pears lo animó a continuar; la ópera, por la que Britten renunció durante meses a cualquier intervención médica, era Muerte en Venecia. Es una ópera profundamente misteriosa, hierática, inquietante, ambigua.
Jacques Brel

JACQUES BREL, cementerio de Atuona, Polinesia francesa.
Es improbable que algún día la visite, aunque nunca se sabe: en un cuento de Cortázar, un hombre de negocios avista todas las semanas desde el avión una islita minúscula en el océano. Sueña con ella, la imagina plácida y agradable, toca en sueños sus arenas, la anhela como un oasis que podría liberarlo de su vida ajetreada. Un día se decide: lo deja todo y llega a la isla. Entonces ve en el cielo el avión que debería haber tomado. Hay humo. El avión cae al agua. No hay supervivientes.
Jacques Brel, el gran cantautor, era belga, no francés. Aunque la orquestación de sus canciones ha envejecido peor que la guitarra de Brassens, nos ha dejado himnos sardónicos y piezas románticas que han sido la banda sonora de muchos amantes. El mejor ejemplo: Ne me quitte pas.
Su final es admirable.
1973. Hace años que decidió no volver a cantar. Ahora, decide que lo dejará todo. Se instala en la Polinesia francesa, se compra un velero, trampea las horas pescando, ayuda a los lugareños transportándolos en el avión-taxi que él pilota.
1977. Un cáncer de pulmón lo obliga a volver. Podría decirse que regresó a París para morir. Sucedió en 1978.
Sus despojos fueron devueltos a la Polinesia, donde reposa muy cerca de Gauguin. Es (qué duda cabe) el veraneante eterno, el que se pasa la muerte de vacaciones, como quería Brassens. Es, además, el protagonista del cuento de Cortázar, que nos observa sin envidia desde su paraíso.
Georges Brassens

Tenía que ponerlo.
GEORGES BRASSENS, en el cementerio Le Py, en Sete, Heraut, Languedoc-Roussillon, Francia.
Este cantautor ha marcado a varias generaciones, incluso tras su muerte. Ácrata, anarquista, ácido, irónico, bienhumorado, buen vividor, siempre tocaba acompañado de su guitarra. Sus letras (y sus melodías) son espléndidas.
Murió en 1981 de un cáncer de colon. La noticia conmocionó a Francia. Lo han cantado en 21 idiomas.
En una canción dijo que quería ser enterrado en la playa de Sète, frente al mar y bajo los enamorados y los turistas. Casi lo consigue: no está bajo la arena, pero reposa en Sète, frente al mar, junto a los suyos, en un hermoso cementerio que bien merece una visita.
Súplica para ser enterrado en la playa de Sete (audición obligatoria):
Sí, lo consiguió: está a los pies de un pino, que le da sombra.
Dennis Brian

DENNIS BRIAN, cementerio de Hampstead, Londres.
Trompetista. Principales grabaciones: conciertos para corno de Mozart.
Sus grabaciones junto a Karajan y la Philharmonia aún son la referencia. Tenía 24 años y ya era el principal solista de corno de Inglaterra.
Su muerte fue prematura. Amaba los coches. Dicen que, en las sesiones de grabación, tocaba de memoria mientras leía la revista Autocar, que ponía sobre el atril en lugar de la partitura. En 1957, volvía de un concierto en Edimburgo y se estrelló al volante de su deportivo Triumph. Tenía 36 años, y muchas grabaciones pendientes que no pudieron ser.
El corno nunca ha sido un instrumento estrella: Brian enseñó que podía ser más hermoso que un violín. Sus grabaciones, como ya se ha dicho, son todavía legendarias.
Johannes Brahms

JOHANNES BRAHMS, en el Cementerio Central de Viena.
La concentración de genios garantiza un flujo constante de visitas, genuflexiones y flores. En efecto, se da la mano con Beethoven, Schubert y el monumento dedicado a Mozart, por citar solo a los grandes.
Dicen que era huraño, solitario, descuidado en su persona y algo tacaño. Pero también es cierto que solía pasear por los bosques que rodeaban Viena, y que llevaba caramelos para los niños.
Murió en 1897 de un cáncer de hígado o páncreas. Tenía 63 años.
Alexander Borodin

ALEXANDER BORODIN, monasterio Alexander Nevsky, San Petersburgo, Rusia.
Compositor. Principales obras: Príncipe Igor, Danzas polovotsianas, En las estepas del Asia central.
Miembro del Grupo de los Cinco, junto a Mussorgsky y Rimsky-Korsakov.
A veces, las muertes se encadenan: en 1881, la muerte de su amigo Mussorgsky afectó profundamente a Borodin. Desde entonces, sufrió varios ataques de corazón y una crisis de cólera. En 1887, padeció un nuevo ataque durante un baile de máscaras y falleció. Su esposa lo acompañó cinco meses después.
Difícil imaginar una muerte más teatral: el dolor por el amigo, el baile aristocrático, la muerte enmascarada y nocturna, la orquesta que interrumpe la música, las correrías nerviosas, la esposa fiel.
Leonard Bernstein

La fotografía es excelente (no es mía; no tuve tiempo de acercarme cuando estuve hará ocho años).
LEONARD BERNSTEIN, cementerio de Green-Wood, Brookling, Nueva York, sector G, n.º 43642.
Compositor y director de orquesta. Como compositor: West Side History, Candide. Como director: Barber, Mahler, Copland, Shostakovich.
Fue un maestro de la gesticulación exagerada, pero dirigía con pasión. En los vídeos de su integral de Mahler, lo normal es que termine el concierto absolutamente sudado. Dirigió la Filarmónica de Nueva York y fundó la de Los Ángeles.
Quienes lo hayan visto en entrevistas sabrán que Lenny (como lo llamaban los suyos) era fumador. Lenny murió en 1990 de un enfisema pulmonar. El día de su entierro, los bomberos de Nueva York se quitaron los cascos a su paso y lo saludaron al grito de: "¡Goodbye, Lenny!".
El cementerio está en el punto más alto de Brookling. Su tumba está en el punto más alto del cementerio, rozando el cielo. Junto a él, su esposa. Pegada a su corazón, una copia de la Quinta de Mahler.
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