martes, 31 de enero de 2012

Un disco de Morton Feldman


Que no se diga que no lo intento. Es la primera vez que escucho algo de este compositor, pero sigo sin comprender la música moderna.

Está claro que a Feldman no le interesan las melodías: prefiere recrearse en las texturas, en los timbres, en el sonido aislado de cada instrumento. Los conciertos que acabo de escuchar (para oboe y para piano) recuerdan a un niño tímido que se acerca al piano prohibido y toca una nota, comprueba que nadie lo ha descubierto, toca dos, deja pasar un silencio... Combinación exacta de sonidos aislados y silencios. Blanco y negro. El piano, en su concierto, no es protagonista: cae alguna que otra nota cada minuto, cada minuto y medio, como para acallar a la orquesta con gravedad y calma. El oboe, en el concierto correspondiente, no parece oboe, sino un cuchillo afilado que taja lentamente, y después un punzón que perfora sin prisas. En conjunto, es una música estática, que no avanza hacia lugar alguno, que no llega, que dosifica sus pocos elementos, que se reduce a lo mínimo, que parece siempre igual a sí misma, que siempre es serena, inquietante y algo monótona.

Sensaciones asociadas: un lienzo en blanco donde las gotas van cayendo sin prisa, lentamente, con sutileza; donde importan los colores y el tacto de cada mancha, no el cuadro; donde importa más el lienzo en blanco que las propias manchas. Un campo de batalla solitario, entre la niebla. Una serenidad sin conciencia. Negro, gris, blanco. Una superficie suave pero desagradable, como el lomo de un cocodrilo. Un mundo sin Dios, abandonado, casi vacío, en germinación inútil. Algo estéril, deshabitado. Una casa vacía con fantasmas. Terror plácido.

En la grabación hay ruido de fondo y se escucha a los músicos moverse: ese trasfondo refuerza la idea de una música para espectros que no terminan de manifestarse, que solo asoman un dedo o la cabeza.

No hay comentarios: