lunes, 23 de enero de 2012

Erik Satie



Sospecho que la debilidad no es solo mía.

ERIK SATIE, cementerio de Arcueil, cerca de París.

Fue un maestro de las miniaturas, sobre todo al piano. Principales obras: Gymnopédies, Gnossiènnes, Embriones disecados, Sonatina burocrática, Tres piezas con forma de pera.

Nadó a contracorriente: en el Conservatorio, le dijeron que no tenía talento; vivió la bohemia pero la de verdad, la de los cabarets, la absenta, el opio y los apuros económicos; ejerció de pianista de bar; frecuentó el Chat Noir; cumplió condena por insultar a un crítico; fue místico y miembro de la Orden de la Rosa-Cruz, de signo esotérico; compuso una música destinada a perderse, efímera e intrascendente, "música para no escuchar" o para salas de espera, según sus palabras. Pero su música no se ha perdido, y hoy sabemos que no es intrascendente.

Se suele recomendar la grabación de Ciccolini, pero me parece un poco fría; prefiero la de Patrick Cohen, más lenta y melancólica.

Vivió en buhardillas y en habitaciones minúsculas. La falta de recursos lo obligó a trasladarse a Arcueil, a 10 km de París: recorría el camino a pie, porque odiaba el tranvía.

Final legendario:

Durante 27 años, nadie había entrado en su habitación en Arcueil, no mucho mayor que un armario. Cuando murió en 1925, sus amigos hallaron, en aquel estudio miserable, polvo, telarañas, cien paraguas no usados, dos pianos desafinados y unidos en uno solo, cartas de amor sin abrir, collares, los trajes de terciopelo gris que solía vestir, dibujos de inspiración medieval y piezas musicales desconocidas. También hallaron, detrás del armario, obras que el propio Satie había dado por perdidas.

Murió (claro está) de cirrosis. Tenía 59 años. Se rió de todo y quizás fue feliz. Quiso dar a entender que su música era frívola, pero no engañó a nadie: tras su sencillez aparente, hay una profundidad pasmosa.

No hay comentarios: