lunes, 30 de enero de 2012

Hallstatt


Cementerio católico de HALLSTATT, Austria.

El poeta Paul Valéry soñó con un Cementerio marino en uno de los mejores poemas del siglo XX. Este no lo es, pero casi: está a orillas de un lago. Sus lápidas no son de piedra, como dice el nombre, sino de madera. A sus pies crece la hierba, y hay flores de colores. Es un lugar recoleto e íntimo. Silencio y rumor de hojas. El lago trae una brisa fresca y húmeda. Sin duda, uno de los cementerios más hermosos que he pisado.

Junto al camposanto, uno de los osarios más interesantes del mundo. El rito es sencillo: cuando han pasado 20 o 30 años tras el entierro, se exhuman los restos del difundo, los familiares limpian y blanquean los huesos, estampan el nombre y las fechas de nacimiento y muerte sobre el cráneo y añaden bonitos ornamentos de colores, con dibujos de flores, hiedras u hojas de roble. Resultado: 1500 cráneos de los hallstattienses que han vivido en este pueblo idílico desde el siglo XVI.



Lo que para algunos es macabro o extravagante, para otros constituye una muestra de respeto y una manera esperanzada y original de decir que tras la vida aún existe una posibilidad para la belleza.

No hay comentarios: