lunes, 23 de enero de 2012

Johann Sebastian Bach



JOHANN SEBASTIAN BACH, Iglesia de Santo Tomás, Leipzig, Alemania.

En su época, su estilo ya estaba un poco anticuado: su propio hijo lo llamó "peluca vieja".

Profundamente luterano, despreció la gloria, nunca se consideró un artista sino un artesano al servicio de Dios, no se promocionó ni salió al extranjero, cosechó fama de organista pero no de compositor. Su gloria es asunto de los románticos, es asunto de Mendelssohn. Wagner lo definió como "el milagro más estupendo de la música".

En sus últimos años, se estaba quedando ciego. Se sometió a una operación rudimentaria. La realizó el mismo médico ambulante que también mató a Haendel tras una operación similar. Bach recuperó la vista durante unos instantes, pero al poco tiempo murió de apoplejía. Corría el año 1750.

Bach demuestra que a veces la obra es más apasionante que la vida, y que la gloria no es importante si uno no está obsesionado con perseguirla.

El médico, peste de músicos, se llamaba John Taylor. Dicen que en Suiza logró cegar a cientos de pacientes. Pero el destino es pendular: irónicamente, él mismo sufrió la ceguera en los últimos años de su vida.

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