jueves, 2 de febrero de 2012

Mario del Monaco


MARIO DEL MONACO, en el cementerio de Pesaro, Italia.

Tenor. Especialidades: Otelo, Manrico, Radamés, Chénier, Don Álvaro.

Del Monaco es Otelo. Tanto es así, que antes de morir pidió ser enterrado con el disfraz del celoso de Verdi, y sus deseos fueron respetados. La tumba, notablemente fea, da cuenta de la contundencia de su voz: no en vano, lo llamaban el toro de bronce de Milán.


Brilló en los años 40 y 50, sufrió un grave accidente de tráfico en 1963, declinó en los años 60 y dejó las tablas en 1975. Falleció siete años después, a la edad de 67 años, por culpa de una nefritis.

Retrocedamos a un episodio mágico. Corre el año 1953. Del Monaco actúa en La Scala. Al concierto asiste la niña Irene Mayer, que es ciega desde hace cuatro años. Cuando oye la voz de Mario, la niña exclama: "¡Puedo ver al cantante!". Cuando Mario calla y sale de escena, se anula el prodigio. Los médicos la examinan y la someten a pruebas: incomprensiblemente, Irene es capaz de describir con exactitud el atuendo y los gestos de Mario, pero solo cuando oye su voz. Las grabaciones no surten efecto. Los médicos, desconcertados, concluyen: Irene puede ver a su ídolo porque su voz activa un puente subconsciente que ilumina sus ojos. Hoy no se ha hallado, todavía, una explicación más precisa, pero lo cierto es que quienes escuchan las viejas grabaciones de Del Monaco saben, de un modo íntimo y secreto, que hay algo sobrenatural en ella.

(Este recorte de prensa de 1953 no tiene desperdicio: AQUÍ.)

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