Un pequeño homenaje personal.
CASIMIRE DELAVIGNE. Ya nadie lo lee, ni siquiera los franceses. En su época, fue el poeta más famoso de Francia, y muchos lo consideraron insuperable. Su mejor libro: Les Messéniennes.
Nació durante la Revolución, fue el primer romántico francés, el académico más joven de su época, el dramaturgo más aclamado por el público del Odéon.
Hacía años que sufría una afección del hígado, dolorosísima. En 1843, decidió, temerariamente, trasladarse a Lyon. Agotado, se echó en la cama y le pidió a su mujer que le leyera un libro, porque él no podía hacerlo. Su esposa, muy inquieta por la salud de su marido, saltaba de una línea a otra. Él le rogó, suavemente, que volviera a empezar. Ella lo hizo. Al cabo de unos minutos, parecía que él dejó de escuchar. Apoyó la cabeza sobre una mano, balbuceó unas palabras y se sumergió en la almohada, como si fuera a dormirse. Así, entre el sueño y la muerte, se desvaneció el poeta más famoso del siglo XIX.
A sus funerales acudió lo más granado de París: políticos, burgueses, artistas, académicos, grandes señoras, duques y marquesas... Victor Hugo pronunció el elogio fúnebre: había muerto el último de los clásicos, el primero de los románticos. El rey ordenó que su busto se exhibiera en la Galería de Versalles.
Balzac lo consideraba un genio. Hoy, como ya he dicho, no lo lee nadie.
En su tumba, claro, no había ni flores ni curiosos.
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