FRANZ SCHUBERT, en el Cementerio Central de Viena.
Murió cuando solo tenía 31 años, pero dejó uno de los legados más admirables de la historia de la música: entre otras obras, más de 600 lieder, 7 obras de cámara, 9 oberturas y 12 sinfonías. Nació tocado por la música.
1822. Schubert transcribe, con todos los detalles y con buena letra, los dos primeros movimientos de la sinfonía que hoy llamamos Inconclusa. El tercer movimiento se conserva en parte orquestado y en parte en versión para piano: es, por lo tanto, un mero esbozo. Falta el último movimiento, que quizás sea el entreacto de Rosamunda. El compositor le entrega la partitura a su amigo Anselm Hüttenbrenner. Schubert muere. El amigo la guarda en un cajón durante 37 años. Cuando se da cuenta de que su final está próximo, la hace pública. Hoy, sigue siendo una de las obras más emocionantes y enigmáticas del repertorio sinfónico. Varias preguntas siguen sin respuesta: ¿por qué Schubert no la terminó en los seis años de vida que le quedaban? ¿Por qué su amigo la guardó primero y la sacó a la luz casi cuarenta años después?
1828. Schubert, que había portado una antorcha durante el funeral de Beethoven, muere en la cama. La sífilis, cuyos efectos había empezado a percibir cuando componía la Inconclusa, es la culpable. Sus últimas palabras, mientras volvía la cabeza hacia la pared: "Aquí, aquí llega mi final". Después creyó que estaba muerto sin estarlo, y preguntó a su hermano: "¿Estoy enterrado junto a Beethoven?". Murió de verdad. Murió dos veces. El hermano creyó que la duda era un ruego, e hizo lo imposible por darle sepultura junto a su ídolo, en el cementerio vienés de Währinger.
1888. El viejo cementerio es clausurado, y los restos de Schubert y Beethoven son trasladados al Central, donde siguen a escasos metros el uno del otro. Schubert así lo quería, y parece que a Beethoven la compañía no le hubiera desagradado.
A pesar del décalage entre las fechas de composición y muerte, la Inconclusa sigue siendo el símbolo de Schubert: la vida y la obra frustradas, el truncamiento, la interrupción prematura, la promesa de otras obras maestras que no pudieron ser.
Cuando moría un joven con talento, los antiguos solían echarle en cara a la muerte que se llevara a los mejores en la flor de la vida y dejara envejecer a los mediocres e inútiles. A veces, esos mismos antiguos daban con la respuesta: imaginaban que la muerte es una amante celosa que tiene prisa en completar su cortejo de genios.
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