No por casualidad, GEORGES BIZET, el autor de Carmen, también está en el Père Lachaise, esta especie de panteón de los músicos extintos.
1875: en París, Bizet acaba de estrenar Carmen. El público sale escandalizado por el argumento, los músicos son mediocres, la representación, un desastre. Al poco, Bizet, deprimido, contrae una angina y se encierra en su casa. El 29 de mayo, tiene la ocurrencia de bañarse en las aguas heladas del Sena y sufre una crisis de reumatismo. Tres días después, muere de un infarto. Tiene 36 años.
Es una lástima. Si Bizet hubiera esperado hasta octubre, habría asistido al éxito apoteósico de Carmen en Viena. Brahms asistió 20 veces a las representaciones. Wagner y Nietzsche la elogiaron como una obra absolutamente maestra. Para Chaikovsky, era la ópera más célebre del planeta.
A su funeral asistieron unas 4000 personas. Sonó la música de Carmen, y desde entonces no ha callado.
El 2 de enero había, también allí, flores frescas en su tumba.
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