lunes, 23 de enero de 2012

Clara Haskil



CLARA HASKIL, en el cementerio de Montparnasse.

Alguien dijo que la belleza es dolorosa. La vida y la obra de esta pianista parecen confirmarlo.

Era de origen judío. Creció sola: su madre había muerto de cáncer, su tío estaba preso en un campo de prisioneros durante la Gran Guerra, ella sufría escoliosis deformante. Pasó la Gran Guerra encerrada en una carcasa de yeso. Durante el resto de su vida sufrió de fragilidad, falta de confianza, enfermedades varias.

1939. Estalla la Segunda Guerra Mundial. Haskil, judía, tiene que esconderse. Ya es una pianista famosa, quizá una de las mejores del siglo XX. Su salud empeora, se le detecta un tumor cerebral, se opera, renace milagrosamente.

1942. Escapa de milagro de la persecución. Está a punto de tomar un tren hacia Suiza, país neutral. En la estación, un agente revisa su documentación. La reconoce. Le espeta: "Vaya, usted es Clara Haskil, la que nos ha dado esa música tan hermosa...". El agente tiene su corazoncito. Clara prosigue su viaje y llega al cantón de Vaud, donde pasó el resto de su vida. Hoy, me temo, la escena de la estación sería imposible.

Años 50. Clara es una celebridad: Grumiaux, Karajan, Chaplin le dispensan todo tipo de atenciones. El último dijo: "En mi vida solo he conocido a tres genios: Einstein, Churchill y Clara Haskil".

La escoliosis avanza. Clara se acerca varias veces al borde de la muerte. En sus últimos conciertos, Clara aparece sobre el escenario, débil, lenta, frágil como un espectro. Avanza a duras penas hacia el piano. El público deja de respirar. Nadie sabe si logrará llegar hasta el teclado. Pero lo hace. Sus manos tocan las teclas, la debilidad le obliga a reducir la dinámica, el público descubre matices desconocidos en las piezas de Chopin. Descubren algo de sufrimiento en el frívolo Mozart.

1960. En la estación, Clara va al encuentro del violinista Arthur Grumiaux. Cae por las escaleras, es ingresada y muere el 7 de diciembre.

Tuvo una vida trágica, pero a buen seguro encontró la felicidad en el contacto de las teclas con sus dedos. El mejor homenaje que se le puede tributar es oír su concierto 27 de Mozart arropada por Fricsay mientras uno pasea por Montparnasse, donde Clara reposa cerca de sus hermanas.

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