VOLTAIRE, también en el Panteón, frente a Rousseau.
Antes de morir en 1778, declaró: "Muero adorando a Dios, amando a mis amigos, no odiando a mis enemigos, detestando la superstición". Era deísta, anticlerical y libertino.
Seguramente estas palabras son falsas. Sus dos últimos días, según Mme de Créquy, fueron horribles: delirios, fiebres, feroces ataques de rabia y convulsiones espantosas.
1791: la Revolución ha triunfado y Voltaire habrá de inaugurar el Panteón, el templo laico de los santos laicos de Francia. Todo en el cortejo es simbólico: el carro inundado de flores, la exposición de su cadáver ante las ruinas de la prisión de la Bastilla, los doce caballos blancos que tiraron del sarcófago en un carro de nueve metros de altura, las ocho vestales de blanco que portaban una estatua de la Libertad, el desfile que duró ocho horas, la guardia nacional, los representantes de las escuelas, las cofradías, los teatros, los obreros con cadenas sacadas de la Bastilla, el cofre con los 24 volúmenes de sus obras completas, el banquete multitudinario... El gobierno se arruinó por culpa de aquellos funerales.
Voltaire está frente a Rousseau, su enemigo. Pero no del todo. Su corazón se conserva bajo el salón de honor de la Biblioteca Nacional de Francia, y su cerebro reposa en el teatro de la Comédie Française.
Además de novelista y filósofo, Voltaire fue el padre de los Derechos del Hombre.
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